lunes, 13 de abril de 2009

Novela polifónica



"- Marlis, ¿las imágenes se borran, escapan de la memoria?
- Por supuesto que sí, todo se borra con el paso del tiempo."

Desde hace muchos años que surgió en mí la necesidad de escribir una novela. Recuerdo el lugar, el momento, en que la idea se hizo presente. Una siesta en mis once o doce años, sobre mi acolchado verde, mientras que boca abajo en la cama sostenía a "María" de Jorge Isaac y lloraba conmovida. Hoy no recuerdo la historia que relataba, pero sí tengo presente el ansia de escribir que pareció fundarse esa misma tarde.

Hice intentos en otros momentos de mi vida, algunos quedaron truncos. Otros no. No es fácil avanzar contando muchas historias en una, sin perder de vista la propia que se filtra o infiltra a cada rato. Admiro a los novelistas y a este género por sobre cualquier otro, aún cuando haya prevalecido en mi mundo cotidiano la lectura de ensayos más que el de las novelas.

Si bien en la cabeza las historias surgen permanentemente al punto de sentir que pesan, es durante el sueño cuando se liberan y escapan a un territorio del cual no tengo la menor idea de su existencia. Es quizás un juego entre la realidad y el sueño. Escribir es romper ese juego, es desarmar el círculo. Es apropiarse de las palabras para ponerles un sentido. ¿Cuál es el sentido de contar? Me lo pregunto una y otra vez. Solo puedo responder desde lo íntimo.

Contar es no callar. No callar es como respirar. Respirar es mantenerse vivo. Y cuando uno vive se cruza con cosas para contarles a otros. Esta "contada" puede quedar verbalizada y no escrita, hacerse aire y evaporarse como tantos sucesos que acontecen naturalmente. ¿Por qué habría que escribirlos? ¿Por qué la palabra, la oración, el párrafo?

Creo que la necesidad de contar es anterior al aprendizaje de la escritura, pero también creo que algo sucede cuando uno se alfabetiza- en nuestra cultura- algo pasa entre la letra y uno. En ese momento un vínculo se crea para siempre. Y, aunque otros lenguajes nos penetren y nos comuniquen, la palabra se convierte en la portadora de significado por excelencia.

Esto no tiene un comentario valorativo, ya que yo misma reniego tantas veces de la necesidad de las palabras. Porque más de una vez la palabra es un arma feroz y tan arbitraria, que significa solo lo que yo quiero poner en ella. Pero, la vida también es a veces feroz y arbitraria. Y las historias. Y las novelas.

Si escribir es apropiarse de un pedazo de mundo y hacerlo material, podría estar a la altura de quien construye casas y las afirma sobre tierra para ser propietario de algo en este mundo. Quizás novelistas y constructores tengan la misma necesidad. Poner algo en algún lugar.

Yo tengo ganas de poner algo en este lugar llamado novela y que no tengo la menor idea de qué manera la voy a hacer prosperar. Se me ocurrió que podía parecerse a una carta, o a un collage donde insertar comentarios ajenos. Una novela polifónica. No me decido aún pero las ganas me empujan. A lo mejor puedo.

La más antigua forma de escritura personal, aún antes de comenzar la escuela, ha sido la correspondencia epistolar. Mi papá me llevaba la mano para escribir la carta a mi amiga Silvia que vive en Catamarca. Ese fue el inicio del contar. Como una carta.

Mi propio pensamiento funciona como una larga carta que describe. Y observo el mundo y lo percibo para escribir esa eterna carta que no cesa. Se desliza. Pone forma a mi existencia y me hace sentir menos sola. Porque la ilusión de que alguien abrirá el sobre y se pondrá a leer mis líneas hace que yo avance. En la escritura. En la vida.


Graciela